En la apertura del siglo XXI se ha
visto como el sexo ha pasado de un estado de privacidad en el placer a ser
mercader de la publicidad en la civilización del espectáculo.
La música moderna trata a la mujer
como objeto y al hombre como capataz de un ejercicio sin magia, mientras que
los eventos comerciales usan la exaltación del cuerpo humano en una forma banal
para vender desde el carro más lujoso hasta comida para perros.
El desnudo de la mujer y el culto al
cuerpo pasan a ser triviales cuando el único fin es vender un producto, exaltar
sin sentido alguno; más que superficial, las representaciones simbólicas que
puedan tener las creaciones poco artísticas que rodean al mundo erótico actual.
La pasión y el misterio, que encierran
al erotismo, cada día que pasa van desapareciendo y es que ahora el sexo parece
una transacción de emociones en lo que lo único que importa es acabar rápido
con la práctica para seguir encaminados en el trabajo del diario vivir. El sexo
es, en la actualidad, un pacto de favores con el que se cierra un negocio.
El acto sexual ya no va más allá del
intercambio de placeres inmediatos, se enclaustra en una especie de liberación
física pero que no lleva a la mística que el erotismo tiene y le puede dar al
evento.
La sensualidad, que evocaba la
cultura griega en la que el cuerpo humano era considerado arte como una máquina
perfecta, se ha ido perdiendo, ha llegado a la punta del abismo de la
desaparición.
El sexo ya no nos distancia de los
animales, no es un acto pensante, sino de instinto, de satisfacer necesidades. En
los matrimonios y en algunas relaciones libres, el sexo entró a ser parte de
una rutina que no deja espacio para el respeto dentro de los cánones que
demanda el erotismo.
Las personas cuentan sus relatos y
aventuras sexuales como si estuvieran coleccionando un álbum de láminas o
postales, algunos encuentros son considerados como premios de una noche, en el
que el máximo esfuerzo solo es un enredo de palabras inmersas en una copa que
ya no es siquiera de vino, sirve cualquier trago que los aísle de la realidad.
En las calles no se escuchan
conversaciones acerca de la literatura con tintes eróticos, tampoco filmes,
pinturas, fotografías o esculturas que tengan este mismo estilo. Los únicos
diálogos representan la bajeza del ser humano en procura de conseguir la
satisfacción personal, historias pasajeras que son solo producto del
libertinaje al que el hombre se ha ido acostumbrando en esta época.
El sexo normal, ese que se ha
convertido en un acto común y corriente, da el primer paso para llegar al
aburrimiento del ser. Un canje de caricias, besos y abrazos que no tienen el
mismo significado para la pareja que comete el acto, no hay reciprocidad en sus
acciones. Se ha perdido el encanto del cortejo y la cortesía del amante.
La liberación de la represión sexual
pierde su significado en el momento que al hacer el amor se degrada y entra a
un estado de perversión que se acerca a la pornografía y se aleja del arte
erótico.
El erotismo es el sexo civilizado, es
humano. Permite unir el deseo pasional junto con las expresiones del arte.
Relacionar el romanticismo con los juegos previos en la cama.
El erotismo partió
en dos la historia del hombre como ser sexual, el ser humano se desprende del
reflejo primitivo para aplicar la creatividad y la virtud de la estética en la
intimidad.
La gracia y el misterio que envuelven
al encuentro sexual no deben desaparecer por culpa de la promiscuidad y la
libertad mal entendida, aunque no debe confundirse con la búsqueda de la
libertad sexual por la que pelean algunos miembros de movimientos que se
quedaron en las creencias del pasado.
Tanto hombres como mujeres deberían
dejarse influenciar por aquellas obras que encarnan al erotismo. Además de
enriquecer los rituales que rodean la relación física para que se pueda
alcanzar a la perfección.
Las personas no deberían ser parte del juego
comercial de los medios en los que la única frase que importa es que “el sexo
vende”.
El erotismo enlaza el camino para
llegar al éxtasis del amor, es un ejemplo del progreso y desarrollo de la
sociedad. El sexo debe ser un acto sublime que invoque todos los sentidos, que
se reconozca en cuerpo, alma y mente a la pareja y quienes lo hagan comprendan la belleza que
tiene el acto del amor para que no se torne en una situación vulgar.
BIBLIOGRAFÍA
Vargas Llosa Mario. 2010. La
civilización del espectáculo