¡Mírala!, está sobre su mano firme como una roca, pero calmada como el rocío en la mañana. Su brillo carmesí hace resaltar los labios rojos de aquella mujer que en sus ojos azules, refleja tal objeto preciado para el placer y acusado de ser el culpable de las tentaciones. Su sabor es un paso al paraíso, pero que al llegar a su centro, su corazón se convierte en un agrio pesar para aquel que no soporte que los tiempos también acaben.
viernes, 18 de marzo de 2011
Intento de Narración
Es un día lluvioso, Natalia recibe las gotas en su boca que caen desde el cielo, camina entre los árboles y juegos sin pensar en el pasar del tiempo, hoy no tiene afanes ni preocupaciones.
Son incesantes los latidos de Natalia cuando recuerda sus años juveniles en los que jugaba con sus amigas a echarse el agua de los charcos, respirando profundamente y dejando que su vestido morado se bañe con las gotas que caen desde el cielo
Natalia arrugada por el paso de los años, pero con la energía que la caracterizaba cuando era niña, corre, brinca y salta para dar un grito de felicidad en el aire y al caer, saludar con emoción a su amiga de infancia con quién no se veía hace más de veinte años.
Natalia y Camila, su amiga, sentadas en un banquillo entre conversaciones y recuerdos, hicieron memoria de aquella foto que se tomaron en el último día en que se vieron, en el mismo banquillo, en el mismo parque, en la que al momento de tomarla sonreían con alegría, Natalia le dijo -tú estabas vestida con una camisa larga de botones como sí se la hubieses quitado a tu papá, pero dejaba ver que tenías un jean puesto, y en seguida unos tenis de color azul clarito y en tu cabeza un moño sencillo de color rosado- Camila asintió asombrada pero con un poco de pena y pidió perdón a Natalia por no recordar cómo iba vestida ella, a lo que Natalia, pasando su mano mojada y demasiado transparente para la vista de Camila, respondió –No importa acá estoy y me verás otra vez-.
Mientras hablaban sobre sus vivencias se dieron cuenta de que ya la mayoría de las personas con las que se relacionaban habían pasado a un estado espiritual a causa de una extraña enfermedad. Estas dos grandes amigas preocupadas por la conclusión de su charla, se preguntaron el porqué de qué ellas siguieran con vida.
Camila ya tenía una hipótesis en su mente, la cual era; la más sencilla y evidente, ella pensó que eran inmunes a esa enfermedad, Natalia alcanzó a considerarlo pero de su manga sacó un as, diciendo lo siguiente: “mira de pronto seamos inmunes, pero creo sinceramente que todo esto no existe, creo que no soy real” en ese instante Camila despierta asustada, desconcertada, desubicada, preguntándose por qué su mente juega con ella, trata de buscar la foto de la que hablaba Natalia, revolotea todo en su cuarto, voltea el colchón de su cama y no la encuentra, desesperada, decide buscarla por el resto de la casa y cuando llega a la sala, se queda estática observando una muñeca de porcelana, blanca como una nube en verano y mirada fija de ojos azules como dos cristales, vestida igual que Natalia, la cual sostenía con sus manos una foto, ya golpeada por los años, en donde aparecía solo una niña sentada en el banquillo de un parque, se podía divisar un moño pintoresco de color rosado.
Medio paranoica, Camila decide ir en busca de calmantes a su baño, encuentra solo antidepresivos, producto de su miedo consume siete pastillas y las pasa con whisky caliente, puro y seco, como si fuera guajira. De inmediato cae al suelo rendida por la sobredosis, mientras la muerte la rodea. De repente, de la nada aparece Natalia y le dice en tono amenazante; -¡te lo dije, Allá arriba nos veremos!-.
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