Era una noche de esas que uno piensa que el tiempo pasa lentamente hasta tal punto que aparece muerto, sin embargo sonó mi celular, era mi amigo de infancia, pasado el saludo, me comenta que quiere armar un partido en aquella catedral de fútbol, testigo de épicas victorias y dolorosas derrotas, de inmediato acepto sin titubear, pero surge un problema, cual será el equipo de cada uno o si se jugará como siempre como compañeros. Mi amigo dice da igual, ya todo está preparado, jugaremos entre nosotros contra otro equipo.
Es la previa del partido, la ansiedad emerge de las profundidades del corazón y se combina con la adrenalina de jugar ese deporte que nos hace demostrar más pasión que con nuestros amores, llega uno a uno cada jugador, que sin su uniforme no demuestra más que ser una persona normal, a pesar de eso, cada uno tiene una cualidad para mostrar dentro y fuera del campo de juego. Ya puesta su armadura para enfrentar la batalla de 90 minutos en la cual se dejan garra, sangre, sudor y lágrimas en caso de derrota o de una victoria muy luchada, surge un problema, a nuestro equipo le hace falta un jugador, el árbitro nos dice que podemos jugar así y esperar a que llegue, no obstante todos nos mirábamos con caras de preocupación, el partido era a muerte y tocaba sudar la gota entera, el equipo no se decidía entre esperar al jugador que hacía falta o jugar tal cual como estaban, quedando en desventaja frente al equipo rival.
El público estaba a la expectativa, todos se preguntaban el por qué de que no haya empezado el partido, cuando el correr del tiempo ya lo estaba haciendo, las preguntas sin respuestas llovían a menudo dentro del ambiente tenso que se sentía en el centro de la cancha, mientras los jugadores seguían discutiendo y excusando a su compañero de equipo que por una razón de fuerza mayor, según la llamada telefónica que le hicieron, no podía asistir puntualmente al evento deportivo, a pesar de esto el jugador ya había reportado que iba a hacer todo lo posible para llegar y que lo esperaran, el árbitro al principio parecía que iba a dar un poco más de tiempo para que el jugador faltante hiciera parte del equipo, desde el inicio del partido, pero debido a los reclamos por parte del rival, el árbitro no dio su brazo a torcer y echó para atrás su decisión, nuestro equipo debería jugar el partido con un jugador menos.
Antes de que el árbitro diera el comienzo del partido con su pitido inicial, de la tribuna se escuchó un grito: ¡si quiere yo juego con ustedes, mientras llega su amigo!, todos nos sorprendimos, el goleador, dijo si de una vez, el 10 me preguntó si lo dejábamos y yo en son de chiste como hincha de millos le dije, pero si se quita la camisa de nacional que tiene puesta, él solo soltó una carcajada en tono irónico, sin embargo, mi reacción fue la de decirle tranquilo que jugara, que mientras todos nos toleramos como hinchas del buen fútbol y no tan solo de un equipo, que aprendiéramos de una vez, que a veces es mejor uno que el otro demostrándolo en la cancha, podíamos llegar a grandes cosas, insinuando que la tolerancia es el primer paso en un camino hacia la paz, luego de esto todos aceptamos que jugara, el defensa estrella del equipo le preguntó el nombre, pero el goleador se le adelantó y debido a su tez morena y su camisa de nacional le puso como sobrenombre Camilo Zuñiga, después de un intento fallido de otro jugador de haberle apodado Baiano.
Inició por fin el partido, como siempre estoy viendo el partido en modo vertical, ya que soy el arquero, el balón llega fácilmente a mis manos, tomo una vista panorámica del campo de juego y en donde están situados mis compañeros de equipo, todos están marcados, excepto aquel ser de la camisa de nacional, saqué y en cuestión de menos que segundos, llegó el balón a él y de una el goleador le pidió el balón para hacer lo suyo gritando ¡Cami, Cami! dando confianza a todos en el partido, el pase fue hecho, no sin antes descrestar a la afición con un par de gambetas para eludir a su rival y así terminar de sorprendernos a cada uno de nosotros que en un principio creímos que solo iba a servir para llenar el espacio que dejó el jugador que nunca llegó y callándonos la boca a más de uno con su destreza y habilidades.
Y comenzó el festival de goles, el 10 colocaba sus pases al estilo Pibe dejando a todos en posición de gol tanto así que el goleador y “Camilo” no desperdiciaban ocasión, haciendo que el arquero rival sacara tanto balón que pudiera del fondo del arco a tal punto que los guantes le lloraban, mientras tanto yo conversaba con los postes, siendo un espectador más de tanta magia y tanto lujo, “Camilo” se dio cuenta de esto y llevó el balón hacia a mi, jugamos un rato a la 21 mientras el árbitro decretaba el final del partido, la cuenta de goles se perdió. Le preguntamos a nuestro personaje su secreto y dijo que había estado bebiendo con sus amigos de aquella cerveza que un animal bautiza y no sabía que estaba haciendo pero que lo disfrutaba. ¡PLOP!
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